Los nacionalismos en Europa

El Correo (enlace) y Diario Vasco (enlace), 28/05/2019

 

La idea de que el nacionalismo es el gran enemigo de Europa se ha convertido en un mantra que no explica nada y sirve para cualquier uso interesado, compatible además con ser denunciado delante de una bandera de quince metros. Estaría por darles la razón si aclaramos a qué nacionalismo nos estamos refiriendo. Si el proyecto europeo no avanza lo que debiera no es porque Euskadi, Escocia o Schleswig-Holstein lo estén frenando, sino porque el nacionalismo de estado no termina de entender que ciertos asuntos decisivos para el futuro de nuestras sociedades dependen de que haya un mayor desplazamiento de soberanía hacia las instituciones comunes. Quien cierra los puertos a los barcos de emigrantes no es la autoridad regional sino los ministros del interior de los estados; las concertinas y los muros son construidos por los estados, mientras que no pocas comunidades y ciudades han elaborado planes de acogida para unos refugiados que no terminaban de llegar.

 

Europa se dirime entre la ambición federal, que debía fortalecer su dimensión e instituciones transnacionales, y el instinto por lo ya conocido impulsando la gestión intergubernamental, representada en el Consejo donde se sientan los jefes de estado. Quienes se quieren salir de Europa o del euro (ahora menos entusiastas tras la experiencia del Brexit) son la Unión Británica, Francia o Italia. En Europa hay una nueva distribución del poder y el único criterio debería ser que los centros de decisión y sus correspondientes competencias están allí donde sea más funcional de acuerdo con el tipo de problemas para los que nos enfrentamos. El nivel más renuente a ceder soberanía es el de los estados, algunos de los cuales disimulan esa incomodidad con una narrativa que incrimina a las naciones que las componen. Europa solo avanzará si el nacionalismo de estado acepta el debate acerca de qué nivel de gobierno es el más adecuado para proporcionar a la ciudadanía los bienes comunes a los que tiene derecho. Distraer la atención de ese debate hablando de la maldad de los nacionalismos subestatales es un recurso equivocado, muy español, por cierto, e incomprensible en otros países.

 

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