Un mundo gaseoso

El Diario Vasco/El Correo, 10/05/2010

 

Tal vez a las metáforas también las cargue el diablo y por eso, quien pone una metáfora en circulación, al mismo tiempo que ilumina determinados aspectos de la realidad termina comprobando sus limitaciones. Así le ocurre a la imagen de una sociedad que se hubiera vuelto “líquida” con la que el sociólogo Zygmunt Bauman ha caracterizado al mundo actual, el mundo de los flujos por contraposición a la rigidez de los estados nacionales y los marcos tradicionales de gobierno. Según esta perspectiva, se habría modificado la relación a la geografía que funda la geopolítica tradicional y la cuestión central ya no sería tanto el control del espacio geográfico como el control de tales flujos líquidos.

 

Ahora bien, por seductora que resulte la metáfora de la liquidez, con ella no podemos describir adecuadamente, a mi juicio, toda la realidad de los actuales procesos sociales; esta es la razón por la que fracasan los intentos reguladores de los estados y los organismos internacionales, como se comprueba reiteradamente en materia de control de la emigración, evasión de capitales o gobernanza del cambio climático, por poner sólo alguno de los ejemplos más elocuentes. La metáfora de la liquidez —debido al carácter homogéneo del elemento líquido— no consigue dar cuenta de las turbulencias mediáticas de dimensión planetaria que se crean en torno a un evento, inicialmente explosivas pero que rápidamente se desinflan; tampoco ilustra suficientemente el fenómeno de las burbujas financieras, la volatilidad económica y la especulación, realidades un mundo hecho de bulos, rumores, nebulosas, riesgos, pánico y confianza.

 

Las limitaciones explicativas suelen venir acompañadas por fracasos estratégicos; las teorías insuficientes se traducen en acciones ineficaces. Hace tiempo que sabemos que el control de los canales por los que transitan los intercambios no garantiza el control del contenido. Aunque Rusia, por ejemplo, controle una parte importante de los tránsitos mundiales del gas y del petroleo, apenas participa en la fijación final de sus precios en la plazas de Nueva York o Londres. Países o actores que no ejercen ningún poder físico sobre los canales de tránsito “líquidos” tienen una influencia considerable en la formación de tales precios. Hay una desconexión creciente entre los flujos comerciales, los flujos de capitales y los intercambios de divisas; la superioridad en volumen de estos últimos en relación con los productos sobre los que se basan, el crecimiento espectacular de los mercados de opciones y futuros o la especulación económica son fenómenos que se aproximan más a la irrealidad atmosférica que a la elasticidad líquida. También están cada vez más desconectados el valor intrínseco del “líquido” subyacente que circula por los tubos (el gas, los flujos financieros, las informaciones…) y el valor de uso para sus utilizadores finales, valor que puede “contractarse” o “explotar” en virtud de las oscilaciones especulativas.

 

El control de los canales no se ve siempre coronado por el éxito. Esto es especialmente patente cuando se intenta poner barreras a la emigración considerándola una cuestión de flujos y canales, cuando tiene más bien que ver con las condiciones económicas generales. La emigración no se produce porque hayas vías de paso entre un país y otro sino porque hay desigualdades que el movimiento de trabajadores tiende a reequilibrar como lo hace el espacio de las presiones atmosféricas. Por eso el control estricto de fronteras apenas modifica el resultado final de los flujos migratorios a los que no frena ninguna barrera sino tan sólo el desinflarse de las oportunidades económicas.

 

Más que un mundo líquido, el proceso de globalización ha conducido a un “mundo gaseoso”. Esta metáfora responde mejor a la realidad de los actuales mercados financieros y al mundo de los medios que se caracterizan, como los volúmenes que se contraen y se expanden del estado gaseoso, por ciclos de expansión y contracción, de expansión y recesión, que no tienen un volumen constante. Lo gaseoso responde mejor a los intercambios inmateriales, vaporosos y volátiles, muy alejados de las realidades sólidas que caracterizaba eso que nostalgicamente denominamos economía real, pero también más complejos que el discurrir de los flujos líquidos. Es una imagen muy apropiada también para describir la naturaleza cada vez más incontrolable de determinados procesos sociales, el hecho de que todo el mundo financiero, mediático y comunicativo se base más sobre la información “gaseosa” que sobre la comprobación de hechos.

 

En el nuevo contexto de este mundo gaseoso, la posibilidad de los estados o los organismos internacionales para organizar los procesos es tan deseable como difícil. La metáfora propuesta puede ayudarnos a comprender el por qué de esta complejidad. Es más difícil controlar las emanaciones gaseosas que la circulación de un líquido. El gran problema político del mundo contemporáneo es cómo organizar lo inestable. Toda tentativa de regulación debería centrarse en actuar sobre las condiciones y los contextos que provocan la expansión o la contracción de estos fenómenos especulativos gaseosos. La tarea política fundamental es crear un ambiente de mercado cuyos parámetros esenciales puedan ser gobernados de alguna manera. La clásica acción rígida de la canalización debería ser sustituida por una configuración flexible que, como hace el campo magnético con las partículas eléctricas, se ejerce a distancia definiendo los límites dentro de los cuales los movimientos son libres y no controlados. Esta flexibilidad permitiría conciliar las libertades individuales con las regulaciones que parecen necesarias para que esos movimientos libres no destruyan sus condiciones de posibilidad, el sistema dentro del cual pueden ejercerse sin provocar situaciones catastróficas.

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