El Correo / Diario Vasco, 04/01/2019 (enlace)
Casi todos los profesores, como los políticos, suelen asegurar que su asignatura o las próximas elecciones son las más importantes, de la carrera o de la historia. Las elecciones al Parlamento Europeo de mayo serán, en cualquier caso, muy importantes; tienen lugar en un panorama de especial incertidumbre que ha puesto a prueba los procedimientos comunes para abordar las diversas crisis que hemos abordado, con desigual fortuna, como la crisis económica, la migratoria o el 'Brexit'. Es muy probable que en el próximo Parlamento Europeo haya un grupo numeroso de diputados de extrema derecha, lo que plantea numerosos desafíos acerca de cómo les haremos frente pero, sobre todo, si estamos en condiciones de hacer una reflexión acerca de qué hemos hecho mal quienes defendemos abiertamente que Europa no es el problema sino la solución.
Estamos en un momento en el que Europa necesita volver a tener sentido para la gente, resultar comprensible y útil. La simple apelación a «más Europa», aunque apunte a un objetivo que defendemos los federalistas, no puede ocultar el hecho de que hay maneras diferentes de plantear esa mayor integración, que el ritmo de esa integración puede ser diferenciado y que algunas cosas que se han planteado como una necesidad sin alternativas permitían otro modo de realización. Hemos de reconocer que tanto la praxis de la integración furtiva como ese tono imperativo de su correspondiente narrativa sugería una rendición ante la supuesta necesidad de ciertos imperativos que despolitizaban tales decisiones y resultaban irritantes para una ciudadanía que ya no tolera como en otros momentos ser tratada como un destinatario pasivo de decisiones tecnocráticas.
Estamos ante el reto de volver a ganar no tanto unas elecciones como la voluntad de la gente, sin la cual un proyecto como el de la Unión Europea no puede sostenerse. Necesitamos más Europa, por supuesto, pero sin que ello signifique que esa Europa no pueda y deba ser también diferente. En este sentido, la indeterminación con que Juncker planteó las opciones futuras de la Unión al presentar el 'Libro blanco' el año pasado puede ser considerada como un punto de partida abierto que contrasta con el modo cerrado como se nos comunicaban las decisiones adoptadas, una invitación a la reflexión y el debate más apropiado en una sociedad democrática que la apelación a la inevitabilidad de las cosas.
La conjunción entre «más Europa» y una «mejor Europa» se debería concretar, a mi juicio, en tres grandes asuntos: una Europa común, una Europa social y una Europa de la diversidad.
1. Nos hemos de plantear, en primer lugar, cómo pensamos la soberanía en Europa para poner en juego la voluntad común. Asistimos en Europa a una transformación sin precedentes de la idea y la praxis de la soberanía, una transformación que genera perplejidad e incluso resistencias y que debe ser abordada con innovación conceptual y desde la perspectiva de la construcción equilibrada de lo común. Una Europa ya integrada, más interdependiente que cualquier otra región del mundo, no puede funcionar equilibradamente si no desarrolla modos de adoptar las decisiones desde una perspectiva más transnacional que intergubernamental. No habrá solución a la crisis institucional de la Unión mientras no gane un discurso diferente que logre convencer de que los estados miembros ya no son autárquicos, sino interdependientes y por tanto obligados a la cooperación.
2. Nuestro segundo desafío consiste en pensar de qué modo la Europa social puede satisfacer el deseo de protección de una ciudadanía que se siente a la intemperie tras el embate de la crisis y en medio de las nuevas realidades que inaugura la globalización. Europa tiene que avanzar en el pilar social, una vez que los grandes objetivos de garantizar la paz, asegurar el desarrollo económico y asentar la democracia han dejado de funcionar como elementos legitimadores para las nuevas generaciones. La convergencia de las políticas sociales ya no puede ser entendida como consecuencia de la integración sino como una condición para la integración; hemos llegado a un punto en el que ciertas decisiones ya no son neutras desde la perspectiva de la Justicia e implican elementos mayoritarios, de manera que no serán socialmente aceptadas y legitimadas sin un explícito contrato social y un criterio de justicia distributiva.
3. Y el tercer reto es cómo creamos formas de convivencia que permitan una mejor gestión de la diversidad. Europa es un espacio de diversidad, un promotor del pluralismo, tanto por lo que respecta a su organización interna, a su capacidad de acogida y a su promoción de formas de gobernanza global de carácter multilateral. A este respecto hay que reconocer que la crisis de los refugiados ha sido una tragedia y un síntoma de la crisis estrutural de la Unión Europea, una verdadera incoherencia en relación con los valores que decimos profesar. Las derechas europeas harán de este tema su caballo de batalla en las próximas elecciones, frente a lo cual hemos de trasladar a la opinión pública una visión positiva de la inmigración y actuar con lealtad de manera que sea un asunto abordado en común.
La UE tiene como uno de sus valores distintivos promover también la diversidad en el mundo, lo que políticamente equivale a defender el multilateralismo, es decir, la idea de que la gobernanza de la globalización ha de llevarse a cabo desde el respeto, la negociación y la inclusión. El proceso europeo de integración política es una respuesta inédita, tal vez un día ejemplar, a las circunstancias que condicionan actualmente el ejercicio del poder en el mundo.