El Correo / Diario Vasco 10/08/2018 (enlace)
Se habla de que en los procesos políticos no debe haber “ni vetos ni imposiciones”. Es una expresión utilizada con frecuencia en relación con el futuro del autogobierno vasco. Si examinamos de cerca la expresión veremos que define exigencias mutuas si es que queremos construir una democracia lo más inclusiva posible. Cuando se trata de cuestiones que definen las reglas del juego es importante no conformarse con mayorías exiguas y tener la ambición de promover acuerdos amplios, lo que obliga a ceder pero facilita el recorrido de lo negociado y, sobre todo, la cohesión social. Si partidos políticos que representan a casi la mitad de la población se quedan fuera de los acuerdos, entonces no estamos propiamente ante un veto sino que es el resultado de una deficiente negociación.
La democracia es un sistema que permite que la mayoría tome decisiones e impide que esas decisiones supongan una imposición sobre la minorías. Donde no se da lo primero, tenemos un sistema político incapaz de tomar decisiones, de llevar a cabo las reformas oportunas, dominado por quienes tienen capacidad de veto; cuando no hay suficiente respeto hacia las minorías, el sistema político puede ser eficaz e incluso conseguir algunos resultados notables pero no cumple los parámetros de respeto hacia la diversidad o equilibrio entre los intereses contrapuestos que se dan en su seno.
¿Cómo saber dónde se encuentra el punto de equilibrio? Siempre podemos recurrir al principio de que deberíamos diseñar las instituciones (o los grandes acuerdos de convivencia) pensando desde la hipótesis de la minoría, entre otras cosas porque las mayorías tienen menos necesidad de defenderse que las minorías. El mejor modo de examinar la legitimidad de nuestros procedimientos es ponerse siempre en el punto de vista de las minorías, como si estuviéramos o pudiéramos estar en esa posición. Quien tiene la capacidad de imponer unas reglas, acordar un procedimiento o diseñar una constitución es porque dispone de la mayoría y puede verse tentado de aprovechar esa situación o simplemente resultarle inverosimil la posibilidad de perder un día su hegemonía. Pero la vida política es casi siempre cambiante y dependiente del contexto. Uno puede estar en mayoría en un ámbito y minoría en otro, serlo en un momento pero perder esa mayoría en el futuro. Dotarnos de unas reglas del juego equitativas es una cuestión de justicia, pero también son aconsejables aunque solo sea por un propio interés bien entendido. Unas reglas justas son aquellas que no nos benefician en exceso cuando disfrutamos de una posición mayoritaria, ni nos perjudican demasiado cuando seamos minoría, y que es justo lo contrario de lo que tendemos a hacer. Desde una perspectiva republicana, Philipe Pettit formulaba la misma idea de otra manera: la democracia no es tanto un sistema para permitir que decida la mayoría como para impedir la dominación de la mayoría.
De acuerdo con el principio de protección de las minorías, podría pensarse en realizar una serie de ejercicios de reciprocidad que nos dispongan para el encuentro. La reciprocidad elemental se formula en aquel principio de no querer para otro lo que no quieras para ti. Se trata de un principio que puede traducirse políticamente de diversas maneras. Por ejemplo, una versión que plantea el asunto desde la óptica de las minorías: yo no soportaría vivir en un estado que impone por las mismas razones por las que me pondría de parte de aquellos a los que se les impone una nación. Podemos enfocarlo desde el punto de vista del pluralismo: tenemos legitimidad para exigir hacia fuera el respeto de la pluralidad cuando y en la misma medida en que la respetamos internamente. O desde la óptica del reconocimiento: una nación está en su derecho de exigir al estado del que forma parte el mismo reconocimiento que el que ha recabado en su propia nación, ni más ni menos. Hay aquí todo un terreno que valdría la pena explorar y permitiría reformular obligaciones y derechos de una manera constructiva, como las auto-limitaciones mutuas, del estilo de entender que el derecho a decidir viene acompañado del deber de pactar o el binomio no imponer/no impedir por el que un estado se compromete a posibilitar todo aquello que haya sido previamente pactado y una nación no reivindica hacia fuera nada más que lo que ha conseguido en su seno.
Todos somos minoría en algún sitio y valores como la justicia se acreditan en que no nos beneficiamos cuando y donde somos mayoría. Lo más democrático es no imponer ni excluir, es decir, actuar como si uno fuera minoría donde es mayoría y esto le confiere legitimidad para que no le impidan avanzar con vetos oportunistas en aquel ámbito de decisión en el que está en minoría. La democracia consiste en este juego de reciprocidad.