Harri Fernández, Noticias de Gipuzkoa, 17/03/2018 (enlace) y Noticias de Navarra, 19/03/2018 (enlace)
DONOSTIA- Daniel Innerarity es catedrático de Filosofía Política y Social, investigador de Ikerbasque en la UPV/EHU, director del Instituto de Gobernanza Democrática y profesor invitado en el Instituto Europeo de Florencia. El pensador, considerado por la revista francesa Le Nouvel Observateur uno de los 25 más grandes del mundo, ha presentado esta semana en Donostia y en Bilbao su última obra en la que analiza cómo la sociedad ha pasado de una situación de indignación a una de perplejidad.
Ha escrito ‘Política para perplejos’ tras una estancia en Estados Unidos. ¿Continúan los estadounidenses perplejos por la victoria de Trump?
-He tenido la oportunidad de dar un curso en la Universidad de Georgetown sobre Problemas de la democracia contemporánea en un momento, apasionante e inquietante a la vez, en el que EEUU es gobernado por un personaje tan siniestro pero democráticamente elegido. Hay un sentimiento de perplejidad tanto en relación con la victoria de Trump como por las decisiones políticas que ha adoptado en este primer año, algunas de las cuales son desconcertantes. Y hay desconcierto también a la hora de articular una oposición, con unos demócratas que todavía no han resuelto si apostarán por Bernie Sanders o por un candidato nuevo, hasta el punto de que el verdadero enemigo de Trump es el propio Partido Republicano. El discurso de Trump es de un simplismo aterrador.
Con perspectiva, ¿a qué cree que corresponde su victoria?
-Además de las circunstancias coyunturales (su elección en las primarias porque había demasiados candidatos y se dividió el voto o el error de los demócratas al designar como candidata a Hillary Clinton), en el libro planteo tres causas de fondo de carácter ideológico: el cansancio ante una forma de hacer política distante y elitista, el malestar que causa en amplios sectores de la población la nueva configuración del capitalismo financiero y el desgaste del modelo multicultural. Trump toca esas tres fibras sensibles, otra cosa es que sea la respuesta más adecuada a los profundos problemas sociales que hay detrás.
“Hay quien se ha lanzado con rapidez a declarar el final del multiculturalismo”, afirma usted respecto a aquellos comicios.
-El gran problema social y político de Estados Unidos es la fragmentación y segregación social, cuya expresión más repugnante es el racismo. El sentimiento de comunidad en una sociedad así es muy débil, esa unidad se ha formado en clave militar, pero no de solidaridad e integración social. Es discutible que el modelo multicultural sea el más adecuado para la construcción de lo común, pero ha servido para reparar en parte algunas injusticias históricas con respecto a las minorías marginadas.
“Los populismos atraen fundamentalmente porque plantean soluciones sencillas para problemas complejos”
2016 fue un mal año para las predicciones.
-Estamos entrando en un periodo de especial volatilidad, en un verdadero carrusel político, en el que las cosas que irrumpen se desgastan con gran rapidez y eso hace que sea muy difícil hacer predicciones. La sociedad cambia con mayor rapidez que nuestros conceptos para pensarla y nuestros instrumentos para gobernarla. En una sociedad acelerada se da la paradoja de que es más necesario que nunca adelantarse al futuro, pero eso es casi una tarea imposible.
Con esta obra continúa el trabajo de ‘Política en tiempos de indignación’. ¿Cómo muta la indignación en perplejidad?
-Cuando estábamos en el momento de la indignación, en torno al 15-M, las cosas estaban mal pero muy claras: sabíamos quiénes eran los malos y quiénes los buenos. Creíamos disponer también de un recetario contra las injusticias e incluso aparecieron nuevos partidos que parecían destinados a sustituir a los antiguos. Lo que hoy vemos es que convertir la indignación en una fuerza transformadora y no en un mero gesto crítico es más difícil de lo que pensábamos y aflora una nueva decepción, tras la cual ya no estamos tan seguros de que nuestro diagnóstico fuera el correcto. Hemos entrado en una fase de perplejidad sin que hayan desparecido los motivos de la indignación.
¿Hay información suficiente para entender lo que está pasando pero a la sociedad le faltan instrumentos para comprenderlo?
-Nos sobra información y nos falta orientación. La perplejidad se diferencia de la ignorancia en que se debe a la abundancia de información que no somos capaces de organizar con sentido. El gran problema de la política es que se ha vuelto ininteligible para una gran parte de la ciudadanía, un problema que no se resuelven con las simplificaciones populistas ni con la opacidad tecnocrática. Y si la gente no entiende la política, la democracia se convierte en una palabra vacía. El populismo no es la solución, pero el elitismo tecnocrático tampoco.
¿Por qué atraen los populismos?
-Pienso que fundamentalmente porque plantean soluciones sencillas para problemas complejos. Estamos en una fase de evolución de nuestras sociedades en que buena parte de la gente, ansiosa, indignada o simplemente perpleja, prefiere votar a quienes le gestionan su rabia que a quienes pueden solucionarles los problemas que motivan esa rabia.
“Hemos entrado en una fase de perplejidad sin
que hayan desaparecido los motivos de la indignación”
¿Las consecuencias que puede generar la posverdad son responsabilidad de quien emite el mensaje o de quien lo recibe?
-No habría mentirosos si no hubiera gente crédula. Es cierto que la responsabilidad no es la misma porque unos tienen poderosos instrumentos de difusión de mentiras y otros una muy limitada capacidad de comprobación acerca de si lo que nos dicen es verdad. En esta época deinfobasura e intoxicación tenemos que administrar con mucho cuidado nuestra confianza. Tener juicio propio es lo único que puede librarnos de la arbitrariedad de los gobernantes y de la irracionalidad de los gobernados.
¿Qué papel deben ejercer los medios?
-La actual crisis de los medios, además de su modelo de negocio, tiene que ver con el hecho de que nos informamos de otra manera, principalmente a través de las redes sociales. Pero parte de nuestra perplejidad procede precisamente de que no somos capaces de organizar todo ese cúmulo de opiniones y datos, de manera que somos más vulnerables a cualquier desinformación. Los medios deben ofrecer criterio, opinión fundada, análisis. Pensemos que cuando Wikileaks volcó miles de datos hizo falta que unos periódicos de referencia realizaran el trabajo de filtrado e interpretación. El buen periodismo es escaso, pero nunca fue más necesario que hoy, precisamente como un instrumento contra la perplejidad.
¿La indignación y la sociedad exacerbada ha favorecido la aparición de una derecha extremista y sin complejos?
-La extrema derecha no es algo nuevo, lo que ocurre es que ahora ha encontrado dos tipos de miedos en los que puede parasitar: el miedo a la pérdida de la identidad (y aquí se alimenta, por ejemplo, el rechazo al emigrante) y el miedo a las economías abiertas (que parecen justificar los proteccionismos económicos). Esas nuevas derechas han logrado una síntesis bastante exitosa de ambas dimensiones y hoy nos encontramos con que sectores obreros de la población votan a Trump y Le Pen porque prometen una protección que el nuevo capitalismo no ofrece. Su amenaza únicamente se conjurará cuando aprendamos a vivir en esos espacios abiertos por la globalización y la política sea capaz de proteger la identidad o el trabajo en estas nuevas circunstancias. Volver a los espacios cerrados, al viejo estado-nación, como promete la nueva derecha, no tiene sentido, pero la política tiene que ofrecer alguna nueva forma de protección, especialmente a los más vulnerables.
¿El mundo se ha reducido a la dicotomía entre dos categorías, entre el ellos y el nosotros?
-No. En este mundo de interdependencias tenemos más cosas en común que cosas por las que competir, hay más asuntos en los que podemos ganar todos o perder todos, que conflictos en los que uno gana lo que otro pierde. El desajuste se produce porque estamos más preparados para la competición que para la cooperación.
“Los hombres no tememos a las mujeres que nos complementan, sino a aquellas que pueden sustituirnos”
También habla de la feminización de la política y pone como ejemplo fallido el caso de Sègolene Royal.
-En esa parte del libro defiendo un feminismo de la igualdad frente a un feminismo de la diferencia, tomando como ejemplo por qué perdió Royal aquellas elecciones presidenciales frente a Sarkozy. Ella quiso hacer valer su condición femenina como una promesa de hacer otra política completamente diferente de la de los hombres, lo cual fue hábilmente traducido por sus rivales como una declaración de incompetencia. No es que las mujeres estén más cerca de la gente sino que están más alejadas del poder. Ese es el problema. Cuando la ministra Montserrat decía hace unos días, a propósito de la huelga del 8-M, que ellas hacen una política más cooperativa, volvía a cometer el mismo error. Los hombres no tememos a las mujeres que nos complementan, sino a las que pueden sustituirnos.
¿Cómo se feminiza la política?
-Haciendo que sean realmente igualitarias las condiciones de acceso y ejercicio del poder, para lo cual hay que crear las condiciones que lo hagan posible. Pero me parece una mala estrategia apelar a que las mujeres saben cuidar mejor que los varones o que son menos competitivas. Esa supuesta propiedad natural se debe a que históricamente es a ellas a quienes hemos cargado con ese tipo de tareas.