Solucionarlo todo

El Correo, 9/01/2022 (enlace)

 

Entramos demasiado pronto en las crisis y salimos demasiado tarde de ellas, nos sorprende su llegada y nos irrita la tardanza en superarlas. La pregunta acerca de cómo gestionan sus crisis las sociedades actuales debe contestarse indicando qué clase de crisis son estas que no somos capaces de resolver. ¿Dónde reside la dificultad? A que tenemos unas instituciones y unos procedimientos que no están en consonancia con el tipo de problemas a los que nos enfrentamos. Nuestra percepción de la realidad y las estrategias están pensadas para solucionar problemas aislados y bien definidos, pero se ven superadas cuando un problema está entreverado con otros y requiere la colaboración de diversos actores, lógicas e instituciones. El verdadero problema consiste en que es la propia sociedad la que está en crisis porque la gestión de estas crisis se tiene que llevar a cabo en un mundo que es interdependiente, descentralizado, de inteligencia distribuida, radicalmente plural, mientras que sus instituciones todavía no lo son.

 

Las sociedades contemporáneas no consiguen articular sus diversas lógicas (de lo que ha sido un buen ejemplo la tensión, en medio de la pandemia, entre sanidad, ciencia, economía o educación). El problema es que sabemos hacer mas o menos bien cada una de esas cosas, pero no acertamos, por ejemplo, a coordinar las evidencias científicas con las medidas políticas y contando con las instituciones que se ocupan de la legalidad. Se plantean problemas de incompatibilidad entre eficacia, libertad, igualdad y legalidad, mientras que la pluralidad de actores que intervienen en la gestión de la crisis aparece más como un problema que como una solución.

 

Una sociedad diferenciada posee una gran capacidad para resolver problemas concretos que atañen a un ámbito específico —la ciencia produjo con gran rapidez vacunas eficaces, las organizaciones se digitalizaron en muy poco tiempo— pero se encuentra con unas mayores dificultades cuando el problema tiene una naturaleza que trasciende esa competencia sectorial y atañe al conjunto de la sociedad, especialmente los efectos laterales que transformaban dichas soluciones en problemas para otros ámbitos: un confinamiento decretado desde el sistema político que daña el funcionamiento de la economía, una ciencia cuyo rápido éxito produce desconfianza en algunos sectores de la sociedad, una digitalización que amenaza otras formas de comercio, una salud epidemiológica que agrava la salud mental, una familia que no está diseñada para que sus miembros vivan mucho tiempo sin otras momentos de diferente relación social... Los criterios de éxito en cada uno de estos ámbitos no coinciden y nuestras crisis son un buen ejemplo de esta disparidad: un éxito económico puede ser un desastre medioambiental, un confinamiento reduce el contagio del virus al tiempo que implica un desastre en términos de desigualdad, se vacuna un determinado país pero se fracasa a la hora de globalizar la vacunación…

 

Tenemos unas instituciones que resuelven relativamente bien problemas aislados —de acuerdo con el esquema de la diferenciación—, que fracasan sistemáticamente cuando se trata de un problema que implica a varios ámbitos y lógicas sociales y que naufragan estrepitosamente cuando ese problema afecta a la totalidad de la sociedad, es decir, cuando no se trata propiamente de gestionar un problema sino una crisis. En estos momentos las sociedades se encuentran sobrecargadas por la magnitud de la tarea y con unas instituciones diseñadas precisamente para resolver problemas a través de su parcelación (sea la división del trabajo, la lógica administrativa, la separación de poderes o la yuxtaposición de estados soberanos). La enorme capacidad de prestaciones que proporciona la moderna diferenciación funcional se debe a la especialización, a la segmentación y a la renuncia a monopolizar la totalidad social, pero esto mismo representa un problema cuando haría falta tener en cuenta escenarios de interdependencia, visión de conjunto y coordinación.

 

¿Cómo podríamos resolver ese problema? La dificultad del asunto podría formularse diciendo que si se quiere solucionar algo, no hay más remedio que solucionarlo todo. El ejemplo que mejor ilustra esta idea es la necesidad de vacunar a todo el mundo para que la inmunidad sea efectiva. ¿Cómo puede hacerse esto? Es evidente que nadie está en condiciones de solucionarlo todo pero sí que podemos preguntarnos si la solución para nuestro problema singular no está implicando un problema para otros. Deberíamos estar en condiciones de preguntarnos por el efecto general que pueda tener nuestra solución sectorial, tener en cuenta el todo mientras gestionamos una parcela o competencia concreta.

 

Se trataría de alinear esos ámbitos que tienden a tener una cortedad de vista y a tomar en cuenta únicamente su propia concepción de la realidad (economía que no interioriza sus externalidades medioambientales, política que únicamente responde ante sus electores, sanidad que cura pero invierte poco en no tener que curar) sabiendo que esa convergencia será siempre provisional, discutida y revisable. El gran tema de reflexión de las sociedades contemporáneas es la divergencia de lógicas y sus potenciales efectos negativos, los riesgos derivados de no atender a criterios de compatibilidad. Nuestra mayor innovación política consistiría en crear espacios y dinámicas de encuentro y conexión. El sociólogo Armin Nassehi ha proporcionado un bello imperativo categórico para este nuevo mundo en el que la diferenciación y la soberanía han topado con sus límites: “actúa de manera que el otro se pueda acoplar”. Acoplarse no significa consenso, sumisión o control, pero rompe también con la lógica de la indiferencia y la externalización. Nos estaríamos refiriendo a todas aquellas operaciones que van desde tener en cuenta la perspectiva de los otros hasta las formas más intensas de reciprocidad, acuerdo, coordinación, cooperación e integración.

 

Si la verdadera crisis de nuestras sociedades es esta y las catástrofes recurrentes son sus recordatorios, entonces tenemos que abordar los problemas de otra manera, más anticipatoria, holística, transnacional, colaborativa y horizontal; las crisis nos están recordando la necesidad de pensar en una nueva manera de hacer política que sea más receptiva para las formas inéditas que tendrá que adoptar en una sociedad que se hace cada vez más imprevisible.

 

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