Entrevista: "El Estado español soberano ya no existe"

Ruben Amon, El País, 20/05/2019 (enlace)

 

La residencia de Daniel Innerarity (Bilbao, 1969) en Zarikiegi,  afueras de Pamplona, es una alegoría de su idiosincrasia política. Está arraigada en el monte que tanto le gusta explorar, la tierra, la raíz, pero el ventanal de su despacho le proporciona una visión privilegiada de los Pirineos. Quiere decirse que este filósofo, número uno a Bruselas en la navarra Geroa Bai (integrada en la Coalición Europa Solidaria), es tan vasco como europeísta. Y tan reacio al independentismo mágico como al poder anacrónico de los estados. Aclarado el remoto y tergiversado origen escocés de su apellido, nos pide un favor: recordar a los electores que se le puede votar desde cualquier sitio.

 

Pregunta. ¿Le falta filosofía a la política?

Respuesta. Le falta reflexión, salirse de la vorágine. Urge hablar de ideas, pero la política española se resiente de un permanente estado de campaña electoral que predispone un enconamiento obsesivo. La política se define en el antagonismo y en la demolición, no en la construcción. Se diría incluso que los líderes se desenvuelven como si solo tuvieran una oportunidad. De ahí la beligerancia, la urgencia, la crispación.

 

P. Y está desprestigiada la política.

R. Muchas veces injustamente. La sociedad debería ser más honesta consigo misma porque la política es el chivo expiatorio, el fusible, el entrenador a punto de ser despedido. Y responsabilizamos a la política de no resolver problemas cuando muchos de ellos son enormemente complejos.

 

P. Sus ensayos más recientes abundan en la idea de la nueva complejidad.

R. Sí, porque se han producido muchas transformaciones que observamos con diagnósticos y conceptos obsoletos. ¿Estamos capacitados para entender la complejidad de las cosas? Caminamos hacia sociedades cosmopolitas, abiertas, integradas.

 

P. ¿Y cómo responde la Unión Europea a ese desafío? ¿Es el nacionalismo una amenaza?

R. ¿Qué entendemos por nacionalismo? Los estados europeos atacan a la idea de Europa común desde el momento en que se resisten a ceder soberanía. Y a veces los movimientos independentistas entran en la contradicción que supone aspirar a una Europa integrada reclamando al mismo tiempo un reconocimiento estatal. Son dos pulsiones en conflicto, la pugna de los estados que quieren nacer frente a los superestados que se resisten a morir. Si es que el estado español soberano ya no existe... Sin fronteras, moneda propia y ejército, es un anacronismo hablar de indisolubilidad. De lo que hay que hablar es de cómo se comparte la soberanía. La humanidad ha vivido sin estados y lo seguirá haciendo en el porvenir.

 

P. ¿Una sociedad líquida?

R. Una Europa de ciudades, de regiones, de universidades, de redes, con estados, pero que comparten su soberanía entre ellos, hacia arriba y hacia abajo. Una Europa más implícita que explícita. Tanta federación como sea necesaria, tanta diversidad como sea posible.

 

P. ¿Le preocupa el oscurantismo de la ultraderecha?

R. Sí y no. Sí por sus postulados, pero no porque el Brexit, Orbán, Salvini o Vox han servido para comprometer a Europa en un debate político. Las crisis y los diversos antieuropeísmos han politizado Europa. Han planteado problemas reales como la de una Europa que desconfía de los ciudadanos, tanto como los ciudadanos puedan desconfiar de Europa. El proyecto comunitario corre el riesgo de extremar el pulso entre una clase dirigente tecnócrata y una opinión pública escéptica. Es necesario trabajar las emociones tranquilas, suscitar un interés ilustrado acerca del interés propio bien entendido.

 

P. Pero el populismo trabaja los instintos.

R. Ya, pero de una manera incoherente y desordenada. Es más fácil el acuerdo y la colaboración entre quienes propugnan espacios abiertos que entre quienes se repliegan en el interés nacional. Los grupos nacionalistas de extrema derecha tendrán dificultades de colaboración y eso representa una gran ventaja para los federalistas. Tampoco los estados han actuado con responsabilidad “subcontratando” a Europa para hacer las reformas impopulares. Desprestigiando Europa desde los estados, se termina suscitando el euroescepticismo o la eurofobia de la extrema derecha. Europa está capturada por los estados; el eje intergubernamental está impidiendo la consolidación de una dimensión transnacional.

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