Aprender de la crisis

La Vanguardia (enlace), 03/04/2020

 

La reflexión ecológica ya nos había enseñado que no podemos entendernos sin ningún tipo de inserción en un contexto natural. Esta crisis subraya todavía más los límites de nuestra autosuficiencia y la común fragilidad; revela nuestra dependencia tanto de otros seres humanos como respecto del mundo no humano.

 

El problema es que nos hemos hecho más vulnerables a los riesgos globales sin haber desarrollado suficientemente los correspondientes procedimientos de protección. Las cosas que nos protegían (la distancia, la intervención del Estado, la previsión del futuro, los procedimientos clásicos de defensa) se han debilitado por distintas razones y ahora apenas nos suministran una protección suficiente. Los organismos que parecen volver (como el Estado) ya no protegen y a los que apelamos (como la Unión Europea) todavía no protegen porque no estaban diseñados para ello. El confinamiento no puede ser una solución permanente: genera desconfianza, paraliza la economía y nos afectará en el plano personal y social. La cuestión es cómo protegemos a la gente cuando los viejos instrumentos han perdido buena parte de su eficacia, cómo lo hacemos sin comprometer las libertades, sin ofrecer placebos y en un momento en el que el autoritarismo está ganando adeptos.

 

Antes semejantes desafíos, deberíamos comenzar reconociendo que desconocemos cómo calificar y qué hacer en una crisis de estas características. Me da la impresión de que quienes menos van a aprender de esta crisis es quienes lo tienen todo claro.

 

No quiero decir que no hayamos aprendido nada de las crisis anteriores. Hoy sería impensable algo similar a la invasión de Irak; no deja de haber avances, aunque sean insuficientes, en los acuerdos contra el cambio climático; Europa tiene ahora mejores mecanismos para mancomunar sus riesgos económicos; los acuerdos de Basilea nos han dotado de una mayor estabilidad financiera que la que había tras el final del sistema de Bretton Woods. Pero el alegre determinismo con el que se asegura que las crisis son oportunidades se contradice con el hecho de que los aprendizajes que hacemos son exasperadamente lentos y desde luego no están a la altura ni se realizan con la profundidad que requerirían los graves problemas que las crisis de este siglo han ido revelando acerca de la naturaleza de nuestra sociedad. Lo más revelador a este respecto es que las crisis nos siguen sorprendiendo, que el presente funciona como una gigantesca distracción, tenemos una obsesiva atención a lo inmediato, la centralidad que tiene en nuestras democracias el elemento competitivo, nuestra escasa capacidad estratégica y de previsión. Puede ocurrir que sea más fácil encontrar una vacuna que aprender de una crisis como esta.

 

Repiten los libros de autoayuda que no debemos malgastar una buena crisis, que son momentos de oportunidad. Las crisis son momentos de cambio por las mismas razones que pueden serlo de conservación o de retroceso. Que nos decidamos por lo uno o lo otro es algo que no nos enseña ningún manual para salir de las crisis, sino que depende de las decisiones que adoptemos.

 

¿Cómo explicamos el hecho de que siendo la crisis climática más grave que la del coronavirus, esta última nos haga modificar más nuestra conducta, que aceptemos mejor el confinamiento que la modificación de nuestros hábitos de consumo para frenar el cambio climático, que los estados se pongan más fácilmente de acuerdo y en poco tiempo frente a un virus que en las rondas de negociaciones sobre la crisis climática? La respuesta tiene que ver con que una crisis nos parece general y lejana, mientras que la otra es inmediata. Los seres humanos estamos menos dispuestos a modificar nuestro comportamiento cuanto más alejadas nos parezcan las consecuencias de no hacerlo, desde el punto de vista del tiempo o del espacio. Esta diferente reacción nos está diciendo mucho acerca del tipo de sociedad que hemos construido, una sociedad que funciona a base de incentivos y presiones, que atiende a lo urgente, a lo que hace ruido y es más visible, pero no se entera de los cambios latentes y silenciosos, aunque puedan ser mucho más decisivos que los peligros inmediatos.

 

Nada nos asegura el aprendizaje tras las crisis. Podría ocurrir que un mundo se hubiera acabado y que lo siguiéramos pensando con categorías de otro tiempo y gestionándolo como si nada hubiera pasado. La especie humana debe su supervivencia a la inteligencia adaptativa, compatible con que en muchos aspectos sigamos instintivamente aferrados a lo que hasta ahora había funcionado. En ese caso andaríamos como zombis en medio de serias advertencias que no terminamos de tomarnos suficientemente en serio, como si la situación natural del ser humano fuera el despiste y la sociedad el lugar en el que se realiza esa enorme distracción colectiva.

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