La democracia según Trump

El Correo / Diario Vasco / Heraldo de Aragón, 2/1/2017

 

En el imaginario que alimentaba la reciente contienda electoral americana no solo se han enfrentado la izquierda y la derecha, sino también dos conceptos de lo político que permitían a su vez una versión de izquierda y de derecha: el republicanismo cívico y el elitismo liberal-conservador. Sin todos los matices que requeriría semejante encuadramiento, considero que Trump y Sanders aspiraban a representar lo primero, el ideal cívico, mientras que los partidos republicano y demócrata serían vistos como lo segundo, el llamado establishment.

 

Las elecciones han reactivado el mito del common man de la tradición radical-plebeya, tan presente en el relato fundacional de los Estados Unidos, la relación inmediata con la naturaleza, el papel del trabajo, el rechazo de la abstracción y la burocracia, las intrigas políticas del poder federal, la aversión por la corrupción y los grupos organizados, una fe inquebrantable en los ideales americanos y el bien común. Al igual que ocurrió con el Brexit, que hizo visible la contraposición entre el campo y la ciudad, las recientes elecciones americanas, han reflejado la oposición entre el sueño jeffersoniano de una democracia descentralizada de los pequeños propietarios y la concepción hamiltoniana de un poder centralizador e industrial.

 

Mientras que la democracia liberal requiere únicamente una sociedad de consumidores cultivados, la concepción cívica, populista, de la democracia exige un mundo entero de héroes, como afirmaba el sociólogo Christopher Lasch, quien hace años reivindicó una identidad del Midwest, donde se encontraría una auténtica cultura democrática americana de inspiración protestante (unos tipos sobre los que Robert Altman construyó su película The Last Show, por citar un solo ejemplo, de entre los muchos que podrían mencionarse).

 

Y es que los productos de la industria cultural americana explican las actuales confrontaciones políticas mejor que muchos tratados de teoría de la democracia. Encontramos esa celebración del hombre democrático en las películas de Frank Capra, donde se ensalza el ideal americano, la vida de la comunidad cívica que reposa sobre la ética individual de sus miembros, un modelo de virtud que parece anacrónico en la época de la manipulación política, los escándalos financieros y el trabajo deslocalizado. En alguno de los personajes de sus películas (pensemos en James Stewart interpretando al protagonista de La vida es bella), nos encontramos tipos que de alguna manera desarrollan en la sociedad moderna la virtud cívica asociada a la gloria marcial en la sociedad premoderna.

 

La antítesis de este hombre ordinario decente puede encontrarse en los protagonistas de una serie televisiva como The Office, personajes psicológicamente laminados, cuya única referencia es una cultura de masas en la que el único deber es no imponer sus preferencias a los demás, un yo flotante, amorfo, desencantado y cínico, que carece de prejuicios porque tampoco tiene ninguna opinión propia que pueda exponer a la crítica. Al mostrar la inanidad del mundo del trabajo de oficina, los que han concebido esta serie no aspiran a alertar a quienes tienen un bullshit job (trabajo de mierda) sobre su condición proletaria; la ironía cínica neutraliza, por el contrario, cualquier toma de conciencia de la propia alienación y su posible protesta.

 

Me parece que este es el trasfondo de buena parte de las disputas políticas que están teniendo lugar en la sociedad americana y en otros lugares del mundo, una insatisfacción profunda con respecto a ciertas formas de hacer política que son lo más opuesto al modelo republicano, con su idea de virtudes públicas y compromiso cívico. Vivimos en democracias liberales entendidas como procedimientos para la confrontación política y como estructuras de gobierno que erosionan la democracia en tanto que forma de civilización. Quienes tienen éxito en este mundo de simplismo telegénico o twiteado no son, por supuesto, quienes mejor representan esa cultura cívica sino quienes mejor se aprovechan de su decadencia. No deja de ser una paradoja que los americanos hayan confiado esta recuperación de las virtudes cívicas contra el establishment a una persona tan ignorante de la democracia y tan poco virtuoso políticamente como ellos mismos. El hecho de que ciertos extremismos políticos no constituyan una verdadera solución a nuestras democracias de baja intensidad e incluso representen algunas de sus peores manifestaciones no debería impedirnos considerar estos fenómenos como el síntoma de un malestar que ha de ser bien interpretado y al que hay que ofrecer soluciones democráticas.

Instituto de Gobernanza Democrática
Instituto de Gobernanza Democrática
Libros
Libros
RSS a Opinión
RSS a Opinión