Discurso Príncipe de Viana

Discurso con ocasión de la entrega del Premio Príncipe de Viana de la Cultura 2013

Leire, 6 de junio de 2013 


Señor, Señora:


Hace algo más de 80 años, un agricultor llamado Fidel Sagasti, que vivía en Sansol, un pueblo por cierto cercano a Viana, se encontró en la carretera con un coche en dificultades, cuyo conductor no conseguía abrir el tapón del depósito del agua. Al comprobar la habilidad de aquel agricultor, el ocupante del vehículo le dijo: "más vale maña que fuerza". Fidel Sagasti era mi bisabuelo y el ocupante del automóvil era Alfonso XIII. Quién les iba a decir a ambos que casi un siglo después íbamos a encontrarnos aquí sus bisnietos en una ocasión muy diferente, donde no se trata de arreglar ningún coche sino de algo más complicado para mí como pronunciar este discurso con ocasión de la entrega del Premio Príncipe de Viana de la Cultura.


Esa anécdota se ha transmitido familiarmente y nos era recordada, con autoridad regia, cuando surgía un problema que requería más inteligencia que fuerza bruta. Aunque no consiguió hacer de mí un monárquico, tal vez fuera el origen de muchas de mis principales convicciones, como valorar la inteligencia por encima de la fuerza o detestar la violencia y la imposición.


He de reconocer que llevo unas semanas abrumado con la preparación de este pequeño discurso y tratando de entender las razones por las que este jurado ha decidido concederme un premio que me pone en la imponente compañía de figuras tan destacadas de la cultura en Navarra, como puede comprobar cualquiera que repase la lista de premiados en anteriores ediciones. Por si fuera poco, los que han sido candidatos a esta edición son personas que admiro por sus aportaciones en el terreno de la música, el periodismo o la historia. Se encuentra entre ellos un médico forense que ha realizado un encomiable trabajo para la recuperación de la memoria histórica, tarea que nuestra sociedad tiene todavía pendiente, muy especialmente en Navarra, y que debería ayudarnos, en un espíritu de justicia y concordia, a fortalecer nuestra convivencia democrática.


Y he llegado a una doble conclusión. Por un lado, quiero entender que este premio no se dirige tanto a mi persona sino que reconoce el papel que el conocimiento está llamado a desempeñar en la sociedad. Una sociedad vale lo que estima a sus maestros, investigadores y científicos, no porque estas profesiones sean más honorables que otras sino porque reconocer el conocimiento implica valorar ciertas actitudes como la constancia, la modestia, el espíritu crítico, la disposición al diálogo y la búsqueda de la verdad, que son fundamentales para la convivencia en una sociedad abierta. Un conjunto de valores que son todo lo contrario de ese encadenamiento fatal de mezquindad y estupidez colectiva que nos ha traído hasta esta crisis económica. A la vista del actual desastre económico, hoy tenemos más argumentos para sostener que una sociedad es más libre, e íncluso más próspera, cuanto mejor es su conocimiento. Han premiado ustedes al pensamiento, la reflexión y la filosofía, y yo soy el mensajero de ese reconocimiento, nada más. Es esta una disciplina, la filosofía, que no tiene por cierto el tratamiento que se merece en la actual reforma educativa. Si los discursos oficiales no concuerdan con el número de plazas y horas lectivas, eso significa que no terminamos de creernos el valor del pensamiento libre y preferimos un mundo en el que todo tiene que ser rentable, inmediato, empleable y útil.

 

Mi segunda conclusión toma pie en el hecho de que era el más joven de los candidatos y tal vez por ello el que tiene una menor trayectoria culminada a sus espaldas. Quiero pensar que no premian a quien se lo merece sino a quien podría merecérselo. Por eso considero este premio como una prueba de confianza y espero ganármelo con mi futuro trabajo.


Muchas gracias al Consejo Navarro de la Cultura y a quienes me acompañan en este acto entrañable, autoridades, familiares, maestros, amigos y compañeros. Muchas gracias al Centro Unesco de Navarra y a Federico Mayor Zaragoza, Javier Tejada y Bernabé Sarabia, quienes, con gran generosidad, presentaron mi candidatura. Bihotz bihotzez eskerrik asko sari honengatik. Oso pozgarria da niretzat, Nafarroako leku sinboliko honetan eta estimu handia diedan pertsonekin batera sari hau jasotzea. Mila esker guztioi bene benetan. Y quisiera agradecer especialmente a mi mujer, Teresa Imizcoz, a mis hijos Javier y Jon, que hayan sido tan pacientes conmigo, y especialmente por haberme acompañado en esa vida un poco nómada que hemos llevado a lo largo de estos años, de un país a otro, en busca de buenos lugares para la docencia y la investigación.


Como ha destacado el Consejo Navarro de la Cultura, todo mi trabajo puede resumirse en el intento de pensar el papel que la política debe desempeñar en este mundo zarandeado por profundas transformaciones. He tratado de hacer dos cosas que parecen a primera vista incompatibles: defender la función de la política y criticar su incapacidad para estar a la altura de lo que cabe esperar razonablemente de ella. Quisiera hablar brevemente de los tres principales desafíos que a este respecto tenemos como sociedad: 1) la transformación de nuestra cultura política, 2) el valor del pensamiento para la convivencia democrática y 3) la necesidad de construir una sociedad más respetuosa con su pluralidad y más integrada.

No soy quien para dar lecciones a nadie. Nunca me ha gustado que me sermonearan, y he apreciado más el ejemplo discreto de mis padres, amigos y maestros, siempre más elocuente que cualquier discurso. Me limitaré a constatar algo para lo que tampoco hace falta ser catedrático de filosofía política: en todo el mundo, y también en Navarra, la política tiene que hacerse de otra manera, con otro estilo y otras prioridades. No estamos solo ante problemas de gobernabilidad sino en medio del agotamiento de una cierta cultura política. Lo digo con todo el respeto y con el afecto incluso de quien valora el sacrificio que para muchos supone la dedicación a la política. La ciudadanía tiene la impresión de que mientras ustedes discuten acerca de sus cosas, distraidos en lo insignificante, hay un montón de problemas que esperan ser abordados, y detrás de los problemas hay siempre gente que sufre, especialmente en estos momentos de crisis.


También en nuestra querida Navarra hace falta un cambio en la cultura política. No les descubro nada nuevo si les digo que hay un verdadero clamor ciudadano para que los sacrificios que la sociedad está haciendo se inscriban en un marco de justicia. Es verdad que no hay soluciones milagrosas pero debe haberlas al menos justas. Lo que ya era inaceptable antes de la crisis se ha convertido en insoportable en medio de ella. Necesitamos una nueva cultura política presidida por los principios de la responsabilidad, el sometimiento al control democrático, la ética política, la ejemplaridad y el respeto hacia lo público. Nuestro principal desafío es abandonar la táctica del regate corto y hacer política con grandeza. La sociedad no entenderá que seamos incapaces de configurar acuerdos más amplios cuando nos enfrentamos a enormes dificultades y la dura situación económica que atravesamos arroja diariamente a muchos de nuestros conciudadanos a la desesperación. Habrá temas en los que no será posible ni necesario el acuerdo, pero sin una disposición a entenderse en torno a nuestros principales problemas no seremos capaces de darles la solución que la ciudadanía tiene el derecho a esperar de las instituciones y sus autoridades.


Pero seríamos poco sinceros si, como sociedad, pensáramos que todo esto es un problema de nuestra clase política, como si nosotros los ciudadanos y ciudadanas no hubiéramos tenido ninguna responsabilidad en la gestación de este estado de cosas, a través de nuestro modo de consumir, con nuestra falta de compromiso personal o simplemente con el modo como nos relacionamos entre nosotros y valoramos nuestras diferencias políticas. También en esto tenemos mucho que mejorar y el pensamiento libre puede ayudarnos a construir esos espacios abiertos que requiere la convivencia democrática. Sólo el pensamiento puede capacitarnos para que nuestra sociedad esté compuesta por personas con ideas propias y no con clichés preconcebidos. La convivencia se hace muy difícil, en cambio, cuando nos dedicamos a etiquetar a los demás y buscamos en todo momento la confirmación de nuestros prejuicios que excluyen, abierta o sutilmente, a quien es diferente.

 

Tenemos que construir una sociedad más respetuosa con su pluralidad interna y más integrada, lo cual debería llevarnos a superar esa formulación de nuestra identidad en contra de algo, un prejuicio que se ha traducido en una fuerte polarización social. Navarra es más plural que lo reflejado en sus instituciones, y más aún que sus habituales mayorías de gobierno. Hay una Navarra no oficial, que ha tenido escasas oportunidades de gobernar o dirigir, que debe hacerse presente pero no en términos de contraposición o revancha sino de complementariedad e integración. La sociedad navarra no está reclamando un cambio de líderes -o no sólo un cambio de líderes- sino un cambio en la manera de liderar. La cuestión clave es si, más allá de nuestras diferencias políticas e ideológicas, estamos dispuestos a respetarnos como personas que forman parte de la misma sociedad, si somos capaces de convivir con el respeto a la diferencia y superar nuestra crónica dificultad de entendernos. Precisamente para ello está el diálogo y la libertad cuando se trata de decidir nuestro destino colectivo.


Mi bisabuelo, como liberal que era, casado con una carlista y amigo íntimo de Manuel Irujo, al que nuncá votó, sabía muy bien cómo se construye el respeto y la convivencia en una sociedad plural. De haber vivido ahora, mi bisabuelo hablaría de la maña de la palabra frente a la fuerza de la imposición.


Muchas gracias, eskerrik asko. 

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